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JonCierzo

L. estaba muy cansada, pero decidió hacer caso a Marta e ir juntas a la biblioteca a estudiar, el examen de la oposición era dentro de poco y esta vez necesitaba aprobar.

Será divertido, le había dicho Marta. Al principio no lo entendió demasiado, ¿cómo iba a ser divertido ir a estudiar?

Quedaron en la puerta de la biblioteca que estaba en el barrio. Era una tarde calurosa y L. llevaba puesto un vaporoso vestido que resaltaba sus caderas y que dejaba poco a la imaginación. Ella disfrutaba al ver de reojo las miradas de los hombres y mujeres al pasar.

Cuando L. llegó a la biblioteca, Marta ya estaba sentada dentro. L. la vio sonreír al verla. Llevaba una camiseta ajustada que le hacía resaltar los pechos.

Se sentaron una frente a la otra y se saludaron bajito, para no molestar. Esa tarde la biblioteca estaba atestada de gente joven.

Al sentarse, L. notó el contacto frío de la silla en sus nalgas desnudas.

La verdad es que le costaba concentrarse; la visión de Marta frente a ella no ayudaba nada, no podía dejar de mirar sus pechos e imaginarse cómo sus manos recorrían su delicada piel.

En una de estas, Marta la pilló mirándole descarada y sonrió.

—Te he traído una cosa...

Marta le acercó una caja. —No la abras aquí, ve al baño...

L., obediente, cogió la caja y fue al baño, nerviosa y excitada por ver qué podía ser. Se aseguró de que no hubiese nadie a su alrededor antes de abrir la caja. Era una especie de vibrador, con una forma ovalada para colocar entre sus piernas, con una forma un tanto curiosa, como de renacuajo, con una colita que sobresalía fuera de ella.

L. se introdujo el aparato entre las piernas con facilidad; su imaginación ya volaba y la excitación era tal que el aparato entró dentro de ella con facilidad.

Salió del baño y volvió a la mesa donde estaban sentadas. Era una mesa larga y, al volver, se dio cuenta de que un chico se había sentado cerca de ellas, en la misma mesa. Estaba de espaldas, con una espalda fuerte y ancha.

Cada paso hacía temblar a L.; el aparato le rozaba y notaba su presencia, que todavía la excitaba más.

A medio camino, Marta levantó la mirada y vio a L. aproximarse; tenía el móvil en la mano y una sonrisa en la boca...

Empezó a jugar con el teléfono y L. comenzó a notar un cosquilleo entre las piernas; algo vibraba dentro de ella, sutilmente, pero lo suficiente como para que se le escapara un suspiro.

Un enrojecimiento recorrió todo su cuerpo. Miró a su alrededor, asustada y nerviosa, esperando que nadie lo hubiese notado, pero deseando que así fuera. Es cierto que esta sesión iba a ser más divertida que las otras.

Al llegar a la mesa, volvió a notar el frío de la silla en sus nalgas, ahora calientes por la excitación. Vio al muchacho que se había sentado al lado, un chaval fuerte, con gafas y muy guapo. Cruzaron las miradas y sonrieron.

Marta y L. se miraban; qué divertido estaba siendo esto, y todavía no había hecho más que empezar.

L. no sabía cuándo, en cualquier momento podría venirle un escalofrío; así era imposible concentrarse. Pasaron unos minutos sin que nada ocurriese y, de repente, lo volvió a notar: ese zumbido entre las piernas.

Apretó los muslos, temerosa de que el ruido se pudiese escuchar. La intensidad iba en aumento, más y más, cada vez lo notaba con mayor fuerza. Quería gemir, pero no podía, no podía hacer ruido ni hacerse notar, y eso le provocaba todavía más.

Le pareció notar al chaval que la miraba —se ha dado cuenta—, pensaba ella.

Marta, que era consciente de ello, jugaba con su móvil disimuladamente, acercando sus pechos contra la mesa, de forma provocativa. Se mojaba el labio con la lengua y sonreía sin levantar la vista de sus libros.

L. abría las piernas y arqueaba la espalda, casi sin poder evitarlo. Estaba perdiendo el control, qué vergüenza tan deliciosa sentía. Notaba cómo su coño se mojaba cada vez más y apretaba los músculos contra el aparato que se movía en su interior. Tapándose la boca con una mano, mientras con la otra se apretaba con las uñas en los muslos para mitigar el placer que le recorría todo el cuerpo, no pudo evitar mirar al muchacho, que tenía al lado, y le pareció ver una erección bajo la tela de sus pantalones.

¡Se había dado cuenta! Qué delicioso le pareció, qué ganas de arrancarle los pantalones y montarse en él mientras toda la biblioteca los miraba. Él la pilló mirándole, como si pudiera leerle el pensamiento; su cara lo delataba. Él sonrió y miró a Marta, que le devolvió la mirada con una sonrisa… Se conocían, Marta y aquel chaval se conocían. ¡Ahora lo tenía claro! Lo había planeado todo.

Él se acercó un poco hacia L. y puso su mano en el muslo de ella. Marta los miraba, con el móvil en la mano, disfrutando de la escena. La vibración del aparato subía y bajaba en intensidad, como un baile sensual, oleadas que se extendían y recorrían todo su cuerpo, empezando por las piernas y nublando su mente.

La mano del muchacho, caliente, se movió hacia las piernas de L. y empezó a acariciarle allí donde debían de haber estado las bragas. La respiración de L. se aceleró hasta el punto en que disimular era difícil, y entonces, cuando pensaba que no iba a poder más, cuando pensó que la iban a echar de la biblioteca por la puerta grande, la vibración se detuvo.

Las manos se alejaron de ella. Marta se levantó, le dijo algo al chaval al oído que L. no llegó a escuchar, y agarró a L. de la mano. Juntas fueron al baño. A L. le temblaban las piernas; notaba el pecho como un tambor: pompom, pompom, pompom.

El chaval se quedó ahí, como si no pasara nada.

El paseo hasta el baño le pareció a L. largo, muy largo; sentía que todo el mundo la miraba y, conforme se acercaban, la vibración volvía a aumentar. Marta la agarró de la boca y la metió en una de las cabinas, mientras con la otra mano ponía la vibración al máximo y la miraba a los ojos.

L. estaba que no podía más: el calor de Marta tan cerca, su mano cubriéndole la boca, su sonrisa, la vibración implacable. Escuchó la puerta de los lavabos abrirse; alguien entró y golpeó la puerta donde estaban ellas.

L. estaba contra la pared, implorante, con las piernas temblando de placer. Pensaba que Marta bajaría la vibración, que acabaría con la tortura, aunque fuese por unos instantes. Pero, en lugar de eso, abrió la puerta del baño, dejando pasar al chaval misterioso que estaba sentado con ellas.

Sin mediar palabra, lo metió dentro con ellas; el espacio era reducido y era imposible no rozarse al pasar.

Marta le bajó los pantalones y se agachó frente a él. L. vio la erección dura y caliente frente a ella; Marta se guardó el teléfono, sin apagar la vibración, y empezó a lamer la jugosa polla que tenía delante, agarrándola con ambas manos.

L. solo podía contemplar la escena, sumisa como estaba, concentrada en no gritar. Marta dejó al chaval para besar a L.; la saliva de Marta, mezclada con los fluidos del chaval, hizo que el beso le resultase delicioso.

—¿Te gusta mi amigo? —le dijo a L., que solo pudo asentir con la mirada, porque hablar le resultaba imposible sin dejar escapar un gemido.

Marta se sentó sobre la cisterna, bajándose los pantalones primero, abrió las piernas y le dijo a L. que se acercase para comer. L., obediente, acercó la cara a las piernas de Marta y empezó a devorarlas, con todas las nuevas técnicas que había aprendido...

En esta posición, el vestido se le subía por encima de las caderas, enseñando el culo y sus piernas chorreantes. El muchacho estaba detrás de ella; notó cómo le agarraba de las caderas y el calor de su miembro entre sus piernas, que iba entrando sin dificultad.

L. gimió, pero el gemido quedó amortiguado por las piernas de Marta, que en este punto agarraba la cabeza de L. con fuerza contra su clítoris. El chaval empezó a embestir con fuerza; L. notaba su polla entrando cada vez más y más dentro de ella, mezclada con la vibración incesante. El olor que emanaba Marta, su sabor, le resultaban un afrodisíaco.

Estaba a punto de correrse; no podía resistirlo más. Estaba a punto de estallar.

Agarró a Marta por los pechos con una mano, mientras introducía los dedos de la otra dentro de Marta. El chaval ya no era una persona, sino un *** sediento que empotraba sin piedad, que descargaba cachetadas sobre las tersas nalgas de L..

El calor, los vapores, el placer, todo se mezclaba en ese pequeño espacio. No sabía cuántos minutos habrían pasado, ni si alguien más hubiera entrado en el baño, porque no podía escuchar más allá de lo que estaba pasando, y tampoco le importaba.

Marta gemía, el chaval gemía, y L. notó el intenso orgasmo de los dos a la vez, haciendo que el suyo propio fuese delicioso y fuerte. Los tres se besaron, se acariciaron y se miraron sonriendo.

Él fue el primero en salir, sin despedirse, sin mediar palabra, tal y como había empezado. Después, Marta, sin dejar de sacar el juguete de L. de entre las piernas, suavemente, hizo lo suyo. L. sintió un escalofrío.

Era el turno de L.; se miró al espejo antes de salir: estaba roja y despeinada, con una sonrisa de oreja a oreja. De repente, todo el tedio de la tarde se había desvanecido.

Salió del baño y notó cómo la mirada de todo el mundo se clavaba en ella; los hombres y mujeres la miraban con deseo y envidia. Ella caminaba, con pasos torpes, hacia la mesa en la que estaban.

El chaval ya no estaba; solo Marta seguía sentada en la mesa. L. se sentó en la silla de antes y notó el frío de nuevo en sus nalgas, ahora rojas. La silla estaba mojada por los fluidos que había soltado antes; no lo había notado hasta ahora.

Marta susurró una frase, sin mirarla: "Te dije que iba a ser divertido".

Esa mañana no pudo estudiar mucho, pero, sin embargo, le había cundido más que cualquier otra sesión de estudio.

-Fin-

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