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POEMA 3


FE****

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Allí tirada en la nieve,
inmovilizada y amordazada,
sola y oyendo el viento ulular,
revolviendo su vestido rojo,
ella rememoraba
como había acabado ahí.

Sentía que el frío
del invierno se apoderaba de ella.
Temblaba de frío,
su cuerpo aterrido
luchaba buscando calor.

Pero ese frío no era nada
comparado con el que le congelaba
su torturada alma de sumisa.

Hacía una semana que había
tomado un café con un dominante.
De él, de sus formas, de su cuerpo,
de sus palabras ella se prendó.
Le ofreció su entrega, su cuerpo,
su deseo, su sumisión, toda ella
con una palabra de él
habría sido su posesión.

Él dominante de ella había pasado
sin escuchar sus lloros,
sin hacer caso de sus ruegos,
no había visto como ella
lo buscaba desesperadamente,
como se revolcaba en las heces,
como quería sentir su voz,
como anhelaba el roce de su piel.

Ahora, en medio del crudo invierno,
ella estaba sola, solo su vestido rojo
cubría su desnudez en medio de la tundra,
eso no le importaba demasiado,
lo que le atemorizaba era
que veía a su alma congelandose,
que se iba rompiendo a trozos
cada vez más enormes.
Sus lágrimas no la consolaban,
no reparaban su corazón roto,
ni juntaban los trozos de su alma.

Allá tendida, atada, aterrida de frío,
llorando, temblando, tiritando,
luchando solo sentía
los lejanos aullidos
de los lobos que la acechaban
mientras el dominante se habia
ido regodeándose en la desgracia
en que la chica había caído.
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